In-trascendencias: algo va a pasar

El Emperador te ha enviado un mensaje desde su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su cama y le susurró el mensaje al oído; tan importante le parecía, que se lo hizo repetir. Asintiendo con la cabeza, corroboró la exactitud de la repetición.”

Franz Kafka

 

Ayer, 4 de abril de 2012, a las 7:53 pm envié a Twitter el siguiente mensaje: “Algo va a pasar”. Durante los siguientes quince minutos, hasta las 8:08 pm, repetí varias veces el mensaje, alternando la forma anterior con esta otra: “Va a pasar algo”. No tenía ninguna intención especial. Me vino a la cabeza la frase, porque la conocía —seguid leyendo y lo entenderéis—  y, como en otras ocasiones y otras frases, la tuiteé sin pensarlo demasiado.

Mis tuits no despiertan, ni mucho menos, corrientes de respuestas de alta frecuencia. Los colegas y amigos de siempre retuitean a veces, comentan, debaten un rato o recomiendan, pero nada espectacular. Tampoco la respuesta a éste lo fue, considerando lo proceloso de Twitter, pero sin embargo sí fue más llamativa, en términos comparativos, de lo que lo suelen ser los tuits relacionados con mi profesión. Las seis primeras respuestas al mensaje original llegaron en cascada, en cuestión de diez segundos. En la hora siguiente se produjeron cuatro decenas de interacciones, varios retuits, interpelaciones por mensajes directos e incluso el tuit “Algo va a pasar” fue marcado como favorito en un par de ocasiones. Esta mañana había aumentado el número de interacciones relacionadas con el “hecho”.

Las personas en las que despertó interés esa serie de tuits que no decía nada en particular —esa forma pura de la intrascendencia que representa el tautológico “algo” y el no menos tautológico verbo “pasar”— eran personas conocidas, cierto, e interlocutoras habituales, pero también había personas menos conocidas, de esporádico trato y perfiles extraordinariamente diversos. Los comentarios de estas personas fueron, sin excepción, pertinentes: repreguntaban legítimamente por el significado de mis tuits, aventuraban hipótesis o lo consideraban un juego. Sin entrar a personalizar, había interacciones de varios tipos: unas se referían a los hechos presuntamente anticipados por la frase, y exteriorizaban la ansiedad por saber la respuesta «real«: ¿qué va a pasar? Otros interrogaban por el significante: ¿qué quiere decir la expresión “algo va a pasar”? Otros revelaban su carácter tautológico: siempre está sucediendo algo. Otros eran enormemente divertidos: hablaban de la prima de riesgo. Otros hablaban del pasado: ya ha sucedido algo. Otros de la experiencia subjetiva del “pasar”: la curiosidad despertada por la expresión. Otros consideraron que “algo va a pasar” no era algo a lo que hubiera que contestar con otro tuit, por ejemplo, sino un ardid metodológico propio de un experimento, lo que lo situaba en realidad en el ámbito de las metaexpresiones. Y, finalmente, otros, y entro en el terreno de la especulación, se comportaron como auténticos participantes periféricos legítimos y seguramente leyeron el tuit pero se abstuvieron de intervenir, no por desinterés, sino por prudencia, timidez o ambas cosas. Y tampoco sería justo acabar sin hacer una constatación necesaria, de cuya ignorancia sólo podría deducirse arrogancia por parte del que escribe: que a una buena mayoría de los que se cruzaron con el tuit ayer por la tarde les importara un bledo su contenido y procedencia.

Pero claro, ahora he tenido que inventar un post para salir del atolladero.

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En una empresa alemana de la posguerra, en plena fase de recuperación económica y obsesivo incremento de la productividad, el saludo obligatorio entre sus empleados siempre que se cruzaban a la entrada, a la salida, en los despachos o en los pasillos, era el siguiente: uno de ellos decía: “va a pasar algo” a lo que el otro debía necesariamente responder “algo va a pasar”. Este es el argumento del relato breve, del mismo título, del escritor alemán Heinrich Böll, Premio Nobel de Literatura en 1972, incluido en un pequeño y a mi juicio magistral libro: Los silencios del Dr. Murke y otras sátiras.

En su divertida y demoledora crítica de la velocidad y las voraces obsesiones por producir cada vez más y más realidad, y abobadas conciencias que la deglutan, Böll nos enfrenta al hecho, que si bien podía resultar visionario en los años 50 del pasado siglo, hoy, más de sesenta años después, es consustancial al funcionamiento de la realidad a traves de los media digitales, de que los acontecimientos pueden ser, y de hecho son la mayor parte de las veces, constituidos en el propio momento de ser enunciados, repetidos, copiados y proyectados. “Si dices un carro, un carro pasa por tu boca”, clamaban los antiguos estoicos. Me he ocupado de estos temas en algunos artículos y allí he mencionado el relato de Böll una o dos veces. Ahora, la sociedad postecnológica en la que la comunicación se abole en el fenómeno comunicativo expresa a la perfección la idea de Böll. ¿Qué es nuestro querido Twitter sino la hipertelización en la velocidad de nuestras obsesiones por hallar el sentido del mundo que se nos escapaba en la era pre-tecnológica?

La política, la educación y la tecnología, consideradas como epifenómenos, se están constituyendo como discursos inflacionarios en los que en la superficie todo está en feroz movimiento pero en lo profundo no sucede nada; se trata sólo de escenarios vacíos, como esos edificios de oficinas fantasmas, en realidad las auténticas sedes del poder financiero, pues ahí residen sus domicilios fiscales, que operan desatadamente, que pasan ante nuestras narices sin que ningún principio de realidad logre reinvolucionar ese movimiento autónomo de las transacciones y los discursos en un objeto real contra el que dirigir nuestras invectivas. “Algo va a pasar” es la expresión verbal, aparentemente inocua, de una Cruzada: la voluntad de mantener al sujeto en la Babia universal, en una expectativa permanente ante la producción de acontecimientos que jamás tendrán lugar, pues ya sucedieron, ya fueron “constituidos”. Una eterna posmodernidad de una modernidad que nunca existió. Para conservar viva la esperanza, Kafka hizo que los constructores de la Muralla China apostaran en sus atalayas de vigilancia a guardias en permanente velación, inspeccionando día y noche los horizontes del Norte, de donde habría de proceder la amenaza de unos enemigos a los que nadie había visto, pero de los que no cesaban de provenir noticias y cuya invocación mantenía cohesionado al Imperio. Mientras ello sucedía, los administradores fundaron las jerarquías, ordenaron el espacio, el trabajo y originaron las mitologías de las que beberían las generaciones descendientes.

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En la misma obra de Böll, el Dr. Murke, empleado de una cadena de radio, tenía una obsesión oculta: cada día al finalizar su jornada cortaba los pedazos de cinta en los que se producían silencios entre las emisiones y, ya en su casa, y en bata de cama, los pegaba unos a otros y los escuchaba febrilmente en su magnetófono.

Me gusta mirar fijamente los avatares de mis amigos, establecer una relación silenciosa con ellos, antes de que se desate su potencial viralizador, su capacidad para repetir al infinito una noticia, una palabra o un enlace. Necesito “hablar” con ellos o, lo que es igual, callar con ellos. De lo contrario, Twitter se muere para mí, desaparece en su eterna constitucion como medio y como lenguaje.

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Gracias. Gracias por conversar un rato, por vuestra imaginación y vuestras risas, por seguir un juego sin objetivo, por vagar sin rumbo por el TL y dedicar unos instantes a la intrascendencia de mi tuit de ayer. Y gracias por deteneros en este post que se habrá convertido en estos momentos, por vuestra generosidad y si mis cálculos no fallan, en el post mas leído de mi indigerible blog. Algo, pues, sí ha sucedido: que sois grandes seres humanos buceando en el fondo de las palabras que se preguntan por quienes sois, por quienes somos. Y, con vuestra presencia aquí, en este involuntario experimento ya no se recolectan silencios.

 

4 comments

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  2. Isabel Ruiz -

    Ahora me alegro de haberme instalado la app de este blog tuyo. Tengo un poco más claro el por qué me gusta leerte (aunque me cueste a veces) ;)))

    • Francesc Llorens -

      Qué haríamos muchísma gente sin personas como tú en Twitter. Personas legales, comprometidas en todo el sentido de la palabra. Un enorme abrazo, Isabel.

      Y de paso: gracias por tomarte en serio el tuit que ha dado origen a todo esto, jajaja

  3. José Luis Sánchez -

    Pues no era tan intrascendente el asunto como podía parecer. Vaya reflexión. Comparto tu filosofía, pero hoy, debido a las limonadas trasegadas no puedo hacerte un comentario más profundo. Lo dejo pendiente y me suscribo a tu blog,

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